miércoles, 3 de abril de 2013

Capítulo 33

Bajamos las armas con movimientos lentos y cuidadosos. Nuevamente la atronadora voz, que parece de un hombre un tanto mayor, de unos cincuenta años. Se percibe un ligero temblor en su voz por lo que sé que está nervioso. Así que no nos esperaban, eso es bueno. No presto atención a lo que dice pero veo que Iris retrocede un paso, así que la imito.
Nos quedamos quietos, esperando nuevas instrucciones. Un ruido metálico llama nuestra atención. Suena por arriba, así que levantamos la mirada hacia el techo pero, de repente, el techo se empieza a alejar de nosotros.
Intento mirar al rededor pero no puedo mover la cabeza ni el cuello. Solo los ojos y, ahora que lo intento, la boca. Grito. Grito como no he gritado nunca, y es un grito de impotencia y de dolor porque sé que, hagan lo que hagan, no nos va a gustar.
Un túnel de oscuridad se alza a mi alrededor y se va cerrando a medida que bajamos. Porque supongo que estamos bajando nosotros, y no subiendo toda la sala.
Debido al fogonazo de luz que inunda el túnel tras varios minutos de ver cómo el minúsculo cuadrado de luz que había sobre mi cabeza se hacía más pequeño, me ciego durante unos instantes y me quedo aún más quieto. Alerta, escrutando el silencio en busca de cualquier pequeño sonido que nos pueda ayudar.
Ahí está. Sé que he oído algo, un sonido familiar aunque no lo consigo ubicar. Se repite a intervalos regulares y suena como un zumbido, pero no es un zumbido como el de los insectos.
Ese sonido despierta en mí sensaciones que creía olvidadas, recuerdos de luz y calor que consiguen escaparse antes de que los ubique.
Mi vista empieza a aclararse y las formas, antes vagas, empiezan a definirse. Ante mí se extiende una gran sala de control. Cientos de ordenadores, monitores y operarios se vuelven hacia nosotros. Por fin puedo moverme con libertad y, aunque las armas que llevábamos desenfundadas se han quedado arriba, saco las espadas que llevaba escondidas por dentro de la amplia cazadora. Gritos y exclamaciones me rodean y por el rabillo del ojo veo que Iris tiene una pistola en cada mano.
Cientos de guardias, pero con uniformes diferentes a los que hemos visto hasta ahora, se sitúan ante nosotros formando un gran muro entre los civiles y nosotros. Sus armas nos apuntan a la cabeza, al pecho o a las extremidades. Supongo que, con dar un solo paso, acabaríamos los dos como coladores.
Nuevamente bajamos las armas y nos alejamos un paso de ellas. Los guardias se alejan lentamente y nos rodean, pero siempre manteniendo las distancias.
Me extraña que sean tan cuidadosos pero lo prefiero a la brutalidad. Aún me quedan un par de pistolas y unos cuantos cartuchos y entre Iris y yo podríamos con todos pero me da la sensación de que debemos quedarnos quietos. Por eso, cuando veo que Iris dirige su mano disimuladamente hacia su cadera izquierda, donde sé que guarda su cuchillo, niego levemente con la cabeza.
Una voz resuena por toda la sala:
-¡Ya era hora hijo!
Es mi padre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario