sábado, 6 de abril de 2013

Capítulo 34

Después de la impresión inicial que me da encontrármelo aquí, me lanzo corriendo hacia él y lo abrazo. El abrazo se prolonga, hasta que mi padre carraspea y yo le suelto, alisándome la ropa para que nadie vea el rubor y la humedad en mis mejillas. Ahora que vuelvo a estar con él, me doy cuenta de lo preocupado que he estado por él.
Cuando ya se me ha pasado un poco, me vuelvo hacia él, enfadado:
-¡¿Qué ha pasado?! ¡¿No podías habernos enviado alguna señal o ir a buscarnos?! ¿De verdad te costaba tanto? -digo la última frase más calmado, pero aún así cuando mi padre se me acerca para explicarse le doy la espalda.
-Si te parece, te contaré todo en cuanto pueda -pone su mano sobre mi hombro- si venís conmigo, os explicaré todo lo que está ocurriendo.
Asiento con la cabeza, cojo la mano de Iris y le sigo a través de múltiples pasillos hasta que llegamos a una habitación que se parece a la habitación en la que desperté la primera vez que llegué a esta prisión, solo que esta es cuadrada. Nos sentamos Iris y yo en la cama y mi padre en una silla que está metida bajo una pequeña mesa.
Empezaré hace dieciocho años, ¿te parece? -mi padre continúa sin esperar mi respuesta-. Cuando tú todavía no habías nacido, tu madre y yo nos fuimos de viaje al amazonas. Un día, nos despistamos y sin querer nos alejamos del grupo con el que estábamos. Esa noche, descubrí la "enfermedad" que padecía tu madre y me lo explicó todo. Yo al principio me asusté pero luego pensé que, si hasta entonces no me había enterado, no tendría porqué saberlo nadie más.
>Unos cuantos días después, una tribu indígena nos recogió. Durante un tiempo fuimos sus prisioneros  pero, poco a poco, nos ganamos su confianza. Sobre todo tu madre. Cuando conseguimos hacerles entender lo que le pasaba a tu madre, nos llevaron a una de sus casas y nos dejaron allí durante horas. Cuando ya se hacía de noche entró el que luego descubriríamos que era el chamán y el jefe de la tribu junto a un chaval bastante joven que usaban como traductor. Con algunas dificultades, conseguimos explicarles lo que nos había pasado y así fue como empezaron a cogernos cierto cariño. Con el tiempo, nos fueron presentando a más miembros de la aldea. Uno de los últimos que nos quedaba por conocer, fue el hijo del jefe. Este tenía la misma enfermedad que tu madre, así que hicieron buenas migas de inmediato.
>Durante meses, estuvimos con los indígenas, tratando de integrarnos en su sociedad que, aunque era simple, estaba muy enraizada en sus vidas. Un día, llegamos hasta uno de los límites del bosque y allí encontramos un pequeño pueblo brasileño. Cogimos el único teléfono que había y llamamos a la embajada. A los pocos días nos fueron a buscar pero hubo una sorpresa: el hijo del jefe decidió venirse con nosotros. Tu madre y yo asistimos a la despedida con lágrimas en los ojos pero, finalmente subimos al helicóptero. Volvíamos a casa.
La voz de mi padre se extingue aunque durante unos momentos parece quedarse flotando por la habitación.
-¿Cómo se llamaba ese chaval? -Iris lo pregunta con un gesto ligeramente horrorizado en la cara.
-Se llama Chas -dice mi padre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario