domingo, 24 de marzo de 2013

Capítulo 31

Horas y horas caminando. De nuevo, no alcanzo a distinguir el final de este eterno pasillo. Este sitio es más grande de lo que creía. Debemos llevar en total varios días caminando y parece que aún quedaran cientos más. El tedio me abruma e Iris no hace nada por remediarlo. A cada paso que da, se ensimisma más y me resulta más difícil hablar con ella.
Otra pregunta ronda mi mente: ¿qué le habrá pasado a mi padre? Es una duda que no me deja dormir, ni comer. Justo en el momento en el que consigo encaminarme a recuperar nuestra relación, algo me lo vuelve a arrebatar. Me detengo en seco e Iris hace lo mismo. Nos quedamos alerta durante unos segundos hasta que el ruido que me había parecido oír, se repite. Echo a correr e Iris hace lo mismo. Cuanto más corremos más sensación de peligro tengo. Freno en seco e Iris choca con mi espalda, haciendo que me tambalee.
Miro hacia atrás y veo que, en intervalos regulares, se están abriendo trampillas en el techo, que dejan pasar la luz de unos fluorescentes... y algo más.
Algo me dice que no nos haría ninguna gracia descubrir qué es eso que cae por las trampillas. Echamos a correr, pero sé que no podremos escapar. Cada vez se acercan más las trampillas abiertas. Freno de nuevo, pero esta vez Iris estaba preparada y puede frenar a tiempo. Nos quedamos en un terreno entre dos trampillas. Un exiguo espacio en el que apenas cabemos los dos juntos. Una trampilla se abre justo detrás nuestro y deja caer una especie de líquido que emite una leve fosforescencia y que se marcha por un desagüe que está justo debajo. Una gota salta hasta mi pantalón y otra hasta mi mejilla. Mientras mi pantalón empieza a humear, noto en mi mejilla un escozor que se convierte en un dolor atroz. Con la manga de la camisa, me limpio la zona de la cara que ha sido salpicada. Veo que Iris se frota la nuca y una mano, así que supongo que el ácido también la haya alcanzado a ella. A pesar de las dolorosas gotas que llegan a nuestra piel, dejando zonas enrojecidas e irritadas, nos mantenemos firmes en nuestras posiciones, limitándonos a limpiar nuestra piel de la corrosiva sustancia. Cuando la lluvia de los tóxicos productos químicos acaba, nos empezamos a mover, desentumeciendo nuestros agarrotados músculos. Después de varios días de actividad, este parón de varios minutos combinado con la tensión del momento, han hecho que nos entumezcamos.
Nos limpiamos con nuestras agujereadas vestiduras y al cabo de un rato, conseguimos volver a emprender nuestro camino. Pero otra preocupación se cierne sobre nosotros. Lo veo en la tensión de Iris, en la tensión que se respira en el ambiente. Esta sensación se acrecienta cuando se vuelven a oír sonidos detrás de nosotros. Volvemos a correr, hasta que perdemos la sensación de nuestros propios cuerpos. Somos entes inmateriales, huyendo de un peligro que, aunque desconocido, sabemos que será mortal. En un momento de extrema valentía o de absoluta estupidez, decido detenerme y hacer frente a ese peligro, pero un tirón y un grito de Iris, me devuelven a la realidad de mi herido y agotado cuerpo físico:
-¡Sigue corriendo!
 Creo que son las primeras palabras que pronuncia en varios días y su voz está un tanto ronca, pero cumple su función y hace que mis piernas vuelvan a moverse.
Perdida la sensación de irrealidad, vuelvo a correr con fuerzas renovadas, ya que el tétrico sonido que nos persigue está muy cerca. Tengo la necesidad animal de alejarme de él.
Unos minutos más tarde, cuando ya he adelantado a Iris, veo una puerta camuflada en un lateral del pasillo. Voy a por ella y la abro de un empujón. Hago señas a Iris, que entra y justo después entro yo en la oscurra habitación. Bloqueo la puerta y nos quedamos allí, recuperando el aliento, hasta que se extinguen los jadeos ahogados de nuestros perseguidores. No sé qué serían pero no sonaba a un humano.
¿Qué nuevos horrores nos tiene preparados este terrible lugar?

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