jueves, 21 de marzo de 2013

Capítulo 30

Ya estamos abajo y la densa oscuridad que nos rodea no ayuda nada a vencer mi claustrofobia. Iris enciende una linterna y pone la intensidad al máximo. Al dar un paso, el ruido se repite varias veces con un eco que forma armoniosas melodías a partir de un sonido tan basto como es el pisar.
El intenso haz de luz a penas es suficiente para arañar algún irisado brillo de la pared que tenemos enfrente. La habitación es enorme, aunque más que una habitación, parece un salón de banquetes. Tiene mesas enormes y alargadas y unas enormes lámparas de araña cuelgan de un techo de, al menos, diez metros. Hay un una especie de escenario en la otra punta de la sala, con unos cuantos instrumentos abandonados sobre él. Cruzamos la sala y con nuestro movimiento, las luces se van encendiendo paulatinamente hasta que deja de ser necesaria la linterna. Examinamos el lugar a la cálida luz, ligeramente amarilla, de las lámparas que están sobre nuestras cabezas. El lugar parece abandonado a toda prisa y hace poco, como se ve por los restos de comida que están sobre los platos. Hay algún plato que aún incluso está caliente. Nos quedamos rondando por la habitación, pero sin tocar nada. Tampoco encontramos nada a lo que encontremos alguna utilidad.
Después de inspeccionar el comedor, nos centramos en cómo salir de ahí. Buscamos por las paredes, pero no hay ninguna puerta. Ni si quiera está el orificio por el que hemos salido Iris y yo. Como en las paredes no hay ninguna abertura y el techo está demasiado alto, nos dedicamos a mirar por el suelo. Por fin, tras varios minutos de búsqueda infructuosa, encontramos una trampilla disimulada bajo una gruesa y cálida alfombra. Enrollamos la alfombra y, entre los dos, abrimos la trampilla, que pesa mucho. Una vaharada de olor húmedo, como si hiciera siglos que no se abría, sale por el cuadrado que hemos abierto en el suelo.
Iris enchufa con la linterna dentro, pues la luz de las lámparas no es suficiente para iluminarlo. Decido saltar yo primero y, sin mirar atrás, lo hago. Una caída de un par de metros y choco contra el duro cemento:
-Es seguro -grito.
Iris me pasa la linterna y yo ilumino los remolinos de polvo que he levantado con mi caída que no me permiten ver nada. La llegada de Iris no hace nada por mejorar la situación.
Nos quedamos quietos unos minutos para que se asienten las partículas que están aún en suspensión. Pasado un tiempo, nos empezamos a mover con cuidado. La trampilla se ha quedado abierta, pero no hay nada que podamos hacer para disimular un rastro tan evidente, pues no hay modo de volver a subir por el tubo que nos ha servido para bajar. Quizá más adelante.
Seguimos andando despacio, para no levantar más nubes de polvo.  Iris alterna apuntando con su linterna hacia el suelo, que por la capa de polvo que tiene encima no debe ser muy transitado, y hacia delante, donde no se distingue nada.
El pasillo continúa, invariable, durante un tiempo indefinido. Cuando llegamos a una pared que nos cierra el paso, no me sorprendo. Me esperaba ya que algo así ocurriera. Miro por las paredes y encuentro una hendidura con la anchura justa para que quepa un dedo, lo que pasaría desapercibido en esa oscuridad, salvo que lo estuvieras buscando.
Meto la mano por la hendidura y al principio no sucede nada. Después noto un leve aguijonazo en un dedo y momentos después la hendidura se hace más grande. Meto un brazo, el hombro, la cabeza y por fin, el resto del cuerpo. Nada más pasar yo, la pared se cierra de nuevo. Pero Iris ya sabe qué hacer. A los pocos momentos la tengo a mi lado y nos encaramos hacia la nueva oscuridad que nos aguarda y que puede contener cualquier cosa.
Yo le doy vueltas a cómo he sido capaz de saber qué hacer para abrir la pared. Decido que no importa.
Cada cosa se descubrirá en su momento.

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