miércoles, 13 de marzo de 2013

Capítulo 28

Lucho contra la niebla que intenta inundar mi conciencia. Poco a poco, me voy desmayando pero lucho con todas mis fuerzas por mantener la cabeza lo más despejada posible.
Otro grito. Con este consigo despertarme del todo pero aún no soy capaz de levantarme. Veo una bota que se dirige con fuerza hacia mi cabeza. Cuando golpea, agradezco el estado de semiinconsciencia en el que me encuentro ya que no noto más que un leve entumecimiento en el lado derecho de la cabeza.
De todas formas, a pesar de que a penas note el dolor, el golpe sirve para terminar de despertarme. Me levanto lentamente, esperando que la densa humareda ayude a camuflar mi movimiento. Cuando me pongo en pie, abro mi mochila y me pongo una de las máscaras de gas, notando una mejora inmediata.
Miro a mi alrededor, pero solo distingo figuras vagas que no se concretan. Parece que nadie me ha visto moverme, así que aprovecho para ir a buscar a Iris.
Me muevo agachado y en silencio. Me encuentro con un guardia de frente y antes de que pueda si quiera abrir la boca ya he dibujado una sonrisa roja en su cuello. Sigo buscando, a toda velocidad, consciente de que en cuanto descubran que me he movido, darán la alarma y vendrán a por mí. Distingo un rectángulo de luz justo en frente de mi y me dirijo hacia él. Me detengo antes de llegar porque he visto un movimiento a la derecha. Me quedo quieto y con los músculos en tensión, atento por si me ha visto.
Cuando se recorta su silueta contra la intensa luz, veo una figura femenina y, olvidando cualquier precaución, corro hacia ella. Cuando llego a su lado, ella levanta la cabeza y al reconocerme, un brillo acerado se refleja en su mirada. Saca sus pistolas y me apunta a la cabeza. Yo paro en seco y retrocedo unos pocos pasos, intentando alejarme de ella. Cuando va a hablar, supongo que para dar la voz de alarma, un chorro de sangre sale entre sus labios y se desploma hacia delante. Veo a Iris detrás, mi Iris, que aún tiene la humeante pistola en la mano y mira con cara de confusión lo que acaba de causar su dedo al apretar el gatillo.
La cojo de la mano y salimos de allí, no sin antes cerrar la puerta, mientras ella sigue en estado catatónico y yo pienso en lo extraño que debe ser para ella el haberse disparado a sí misma.
Sigo dándole vueltas hasta que llegamos a un pasillo que parece no tener salida, pero si algo me ha enseñado la temporada que he pasado aquí, es que esta gente no construye algo por el mero hecho de ocupar espacio. Examino las paredes y dejo a Iris sentada en el suelo. Cuando no encuentro nada, me vuelvo hacia ella y al ir a ayudarla a levantarse, piso en una baldosa que está un poco suelta. Es raro porque no he encontrado ninguna otra que esté suelta. Levanto a Iris, que parece estar recuperándose, y me ayuda a levantar la pesada losa. Hay un conducto que se hunde en la oscuridad infinita que hay ahí abajo. Nos miramos y damos la mano. El conducto es lo suficientemente ancho para que pasemos los dos a la vez así que contamos hasta tres y, con la sensación de tirarnos a un abismo, saltamos por el conducto que cae en vertical durante unos cuantos metros.
Y la caída sigue y sigue y se prolonga en la impenetrable oscuridad que nos rodea. Quizá no lo haya comentado, pero soy claustrofóbico así que, para mí, ese viaje fue una auténtica tortura.
Al final llegamos aa bajo, suavemente, porque el conducto se ha ido equilibrando durante la caída, muy suavemente.
Solo hay una sala. Y una persona.
Mi padre. ¿Qué hace él aquí?

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