miércoles, 13 de marzo de 2013

Capítulo 27

Después de explicarle la historia a Iris, se queda sentada un rato con el ceño fruncido y cara de concentración. Veo que sus labios se mueven, pero no emiten ningún sonido.
En un momento dado alza la cabeza y se queda mirándome a los ojos con intensidad. Me asusta el brillo y la profundidad de su mirada hasta que veo una lágrima rodando por su mejilla.
-Pequeña... -susurro.
Esa parece ser la señal que ella ha estado esperando y rompe a llorar. Yo me agacho a abrazarla pero ella se aparta ligeramente así que me quedo a su lado, con los brazos ligeramente alzados.
Pasado un rato, es ella la que se lanza sobre mí y me abraza, mientras vacía todo el miedo y el estrés de los últimos días en mi hombro, en forma de lágrimas. Yo la abrazo con todas mis fuerzas y así nos quedamos durante varios minutos. Cuando parece que por fin ha parado de llorar, me separo de ella y nos quedamos mirándonos a los ojos, cada uno sumergido en los ojos del otro, intentando leer nuestras almas.
Así estamos cuando empiezan a sonar unos golpes, los dos levantamos la cabeza y miramos alrededor, como salidos de un trance, hasta que descubrimos que los golpes provienen de la puerta por la que entramos.
Recogemos nuestras cosas con parsimonia y nos dirigimos al lado contrario del que vienen los ruidos. Poco a poco, a medida que avanzamos, las luces del pasillo se van apagando detrás de nosotros hasta que oímos un gran estruendo que nos señala que los guardias han conseguido derribar la puerta. Nos miramos y echamos a correr hasta que alcanzamos otra puerta, del mismo tamaño que la anterior, que está entreabierta.
Nos colamos por ella y entramos en una habitación que está totalmente a oscuras. Cerramos la puerta con suavidad y suspiramos con alivio. En el camino hasta aquí, hemos visto varias bifurcaciones, así que con suerte, los guardias se perderán.
Después de recuperar el aliento, echamos mano a nuestras mochilas, tiradas a un lado de cualquier manera, y extraemos nuestras linternas. Alumbramos la sala con los potentes focos, que casi hacen que parezca de día pues las paredes reflejan la luz.
Una silueta que consigue medio ocultarse en una esquina, llama mi atención de inmediato. Me dirijo tranquilamente hacia donde está Iris y le explico en susurros lo que he descubierto. Ella mira por encima de mi hombro a la esquina que la he señalado y asiente de manera casi imperceptible. Seguimos explorando, como si tal cosa, cada uno por un lado de la habitación y nos vamos acercando al sujeto poco a poco. Ya consigo distinguir unos pocos rasgos. Piel clara, no tiene pelo, rasgos poco definidos y una cicatriz que le cruza la cabeza. Un momento, eso no se parece en nada a una cicatriz. Le doy vueltas hasta que, cuando veo que no se mueve, caigo en la cuenta. No es una cicatriz, es una costura. Tenemos delante nuestro a un maniquí.
Siguiendo el mismo sexto sentido que nos trajo hasta aquí, grito:
-¡Al suelo!
Iris y yo nos tiramos al suelo y durante unos segundos no pasa nada pero, cuando ya creo que me he equivocado, una lluvia de dardos pasa sobre nuestras cabezas. Cuando los dardos explotan, sueltan un denso humo que pronto llena toda la sala. Iris y yo nos ahogamos. Lo noto porque, a pesar de nuestros intentos por llegar a la puerta, no somo capaces de dar más que unos pocos pasos.
Nos derrumbamos a pocos pasos de nuestro destino y no somos capaces de resistirnos cuando entran, armando un gran jaleo, unos cuantos guardias con máscaras anti gas. Un recuerdo se abre camino en mi ensombrecida mente, somos Iris y yo guardando nuestras máscaras de gas en las mochilas. Me reprocho no haber pensado en ellas primero.
No puedo mantener la cabeza alzada durante más tiempo. Noto cómo mis pulmones se inundan y pierdo la conciencia lentamente. Lo último que veo es una par de botas negras acercándose cautamente a mí.
Y oigo algo, un grito. Se aleja cada vez más en mi mente sumida en sombras. Pero yo me esfuerzo por atraparlo y cuando lo hago no me cuesta identificarlo.
Es Iris.

No hay comentarios:

Publicar un comentario