jueves, 7 de marzo de 2013

Capítulo 22

Tardamos más de una semana en llegar y solo lo conseguimos gracias a la habilidad de rastreo de Chas. Si no hubiera sido por él, nos habríamos quedado en el camino. También influye en la tardanza que tengamos que pararnos a esquivar todas las patrullas de guardias, lo que se hace más difícil a medida que nos acercamos a la prisión, pues aumentan el número de patrullas, la cantidad de efectivos e incluso vemos que algunos, a parte de los frecuentes perros, llevan armaduras parecidas a la que porta Chas.
Desde que entramos por la alambrada, todos sabemos que nos están vigilando pero mientras no nos ataquen, nos da igual. Continuamos viaje bajo un tupido manto de hojas, que dan una refrescante sombra en estos días de mediados de verano. Bajo esta penumbra verde, todo tiene un tinte de irreal, que da sensación de seguridad. A pesar de esta sensación, siempre mantenemos cerca nuestras armas, por si acaso.
El séptimo día avistamos la prisión y decidimos acampar antes de entrar, para estar descansados en el crucial momento en el que entremos.
Esa noche, nos acosan las inseguridades típicas de antes de un momento importante pero hay algo que nos ronda, que nada tiene que ver con lo psicológico. Durante toda la noche hay pasos alrededor de nuestro reducido campamento. A causa de esto, no podemos pegar ojo y a la mañana siguiente no nos atrevemos a entrar. Así estamos durante varios días, hasta que nos empezamos a acostumbrar a los pasos y nos sumimos en un duermevela poco profundo. Por eso, a penas nos sorprende que unas oscuras sombras se abalancen sobre nosotros. Nos ponemos en pie rápidamente mientras cogemos nuestras armas y nos movemos en círculos, escudriñando las sombras. No queda ni rastro de lo que saltara sobre nosotros pero cuando estamos bajando la guardia, vuelven a saltar. En un acto reflejo, alzo mi espada y un ser grotesco queda ensartado en ella.
Un travieso rayo de luz se cuela entre el denso follaje, iluminando la escena. Acabo de atravesar a un clon mío, pero no un clon como los otros que he conocido. Este tiene el aspecto de un niño de poco más de diez años aunque el brillo de locura febril que alumbra su mirada indica lo contrario. Indica que ha visto lo invisible, más allá de lo que cualquiera tendría que ver. Esa mirada inspira el pavor que sienten las presas ante un depredador.
Pero ellos no son depredadores. El único depredador soy yo.
Me alzo, con la espada en la que aún está ensartado el que fuera yo. Con un brusco movimiento, el cuerpo resbala a lo largo de toda la hoja. Aún goteando sangre, me introduzco entre los arbustos que rodean el claro donde nos encontrábamos y uno a uno voy acabando con todos los clones que me encuentro.
Sumido en la locura asesina, no me doy cuenta de que he vuelto al claro y me lanzo hacia una figura que está de espaldas a mí, mientras pienso que es una presa fácil. Salto, totalmente en silencio. Cuando ya estoy bajando, la luna revela las femeninas formas de mi objetivo.
La luz se cuela en mi mente, rescatándome de ese estado catatónico en el que me encontraba sumido. Recuerdo que no he encontrado ningún clon femenino en mi rodeo al claro.
Ella se da la vuelta y la veo la cara. Miro a sus espantados y sorprendidos ojos. Veo que empieza a levantar las manos, para protegerse.
Me he lanzado a un ataque suicida, porque si ella muere, yo también. Intento desviar el golpe, pero va con demasiada potencia. Sigo cayendo aunque ahora me parece que es más lento. Mientras caigo me da tiempo a soltar una lágrima que se desvanece en la noche. Las espadas hieren la carne y un alarido suena junto a mi oreja. Un formidable golpe me manda volando varios metros y cuando caigo ruedo, poniéndome de nuevo en pie. Uno de los canes me ha atacado, salvando la vida de Iris, porque aunque conseguí desviar lo suficiente el golpe como para no matarla, si hubiera continuado tan solo un momento más, Iris hubiera perdido el brazo.
Chas sostiene una gruesa cadena, que mantiene al perro alejado de Iris y de mí.
Iris está en el suelo. Corro hacia ella y me arrodillo a su lado. Ella me mira, con ojos turbios y dice, en un susurro:
-Esto es un adión, ¿no, pequeño? -siempre me llama pequeña, para vacilarme, pero que esta vez use el adjetivo en masculino me revela la importancia del momento.
-Dijimos que pasaríamos todas las vidas juntos. Si tú te vas, yo también -digo con lágrimas rodándome por las mejillas.
-De eso nada -intenta sonreír, pero solo consigue esbozar una mueca de dolor-. Tú tienes que llegar al fondo de todo este asunto.
Chas se ha unido a nosotros y observa la escena impasible.
-Podríais intentar una cosa...
-¿El qué?
En este momento haría cualquier cosa que me permita salvar a Iris.
-Ayúdame a prepararlo todo. Es un ritual largo.
Despidiéndome con un beso y un "te quiero" de Iris, me levanto y sigo a Chas que se ha internado en la espesura.
Si no nos damos prisa, seguiré a Iris a las demás vidas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario