martes, 5 de marzo de 2013

Capítulo 20

Estoy empezando a hartarme de esto de desmayarme cada dos por tres. Tengo la sensación de que en la última semana he estado más tiempo inconsciente que despierto. De golpe, recuerdo a Iris y me pregunto dónde estará. Recuerdo que se fue con Magdalena pero no sé si volvió o no. Sigo indagando en mi memoria y me acuerdo de las últimas escenas que viví antes de desmayarme. Escandalizado, me pongo en pie, aunque me mareo, y aprovecho para mirar dónde me encuentro.
Estoy en una habitación muy oscura, con techos bajos y sin ventanas. Las pareces son de hormigón y una escalera sube hasta una puerta bajo la cual entra una finísima rendija de luz. Debido a todo esto, supongo que estoy en un sótano. Observo la decoración. Hay un sofá que es donde he despertado; una televisión que intento encender pero que no funciona; una mesa de billar y algunos muebles viejos. Estoy en el sótano de Iris. Lo reconocería en cualquier parte. Me vienen a la mente todas las tardes que pasamos juntos, una en especial: "Iris y yo estamos tumbados en el sofá cada uno con una cerveza. Nos estamos riendo. Se oye el sonido que hace la lluvia al caer pero no nos importa, al igual que no nos importa la película que se supone estamos viendo. Nosotros seguimos tumbados en el sofá, bajo una manta. Estamos manteniendo una conversación, pero hay un fragmento que no se me va de la cabeza:
-Dániel, te quiero -es la primera vez que me lo dice y acto seguido hunde la cabeza en mi pecho y yo la abrazo con fuerza.
-Yo también te quiero, Iris. ¿Me prometes una cosa?
-¿El qué? -me mira con curiosidad.
-Dime que vas a pasar toda tu vida conmigo.
-Ésta y todas.
Nos fundimos en un largo beso que parece no tener fin, hasta que un fuerte trueno parece derrumbar la casa y nos caemos al suelo. Allí rodamos entre risas hasta que acabamos encima de una alfombra. Allí nos quedamos, aún riendo."
Mientras todas estas imágenes me vienen a la mente, me dirijo hacia el sofá donde me tumbo, dispuesto a pasar allí todas las horas que queden hasta que me vengan a buscar. Tras unas cuantas horas que paso dormitando, la puerta se abre, de manera estruendosa, haciendo que me despierte y me ponga en pie con una velocidad y unos reflejos que no sabía que tenía.
Aparece Iris, pero no mi Iris, por la puerta. Corro hacia ella y cargo con el hombro, ella me esquiva y me hace una llave con la que consigue tirarme al suelo.
-¿De verdad no has recordado nada? ¿Qué te han hecho?
Me libro de responder gracias a que el chico que controlaba la extraña armadura que consiguió abatirme está bajando las escaleras. Es muy alto y ancho de hombros, muy musculado. Tiene la tez muy morena, como si le hubiera estado dando el sol durante varios días seguidos.
-¿Qué tal está?
-No recuerda nada.
-Quizá tengamos que pasar a terapias más... activas
-Ya te he dicho que no lo vamos a hacer. Me niego en rotundo
Tras este intercambio, del que yo no entiendo nada, los dos se vuelven hacia mí y me observan durante varios minutos, de hito en hito, hasta que les digo:
-¿Tengo monos en la cara o qué?
Ambos se echan a reír sin contestarme. Yo me enfado y enfilo hacia la puerta con toda la dignidad de la que soy capaz, que ahora mismo no es mucha.
Llega a mis oídos una canción. Es la canción que escuchamos Iris y yo en nuestra primera cita y aunque nunca llegó a ser "nuestra canción", siempre ha tenido un gran significado para nosotros. Me giro lentamente y veo a Iris, tarareando con los ojos llenos de lágrimas. Un repentino impulso me hace correr hacia ella y abrazarla. Tras darme cuenta de lo que he hecho, aprovecho y le robo el cuchillo que lleva a la cintura. Amenazo a los dos con él, mientras me dirijo hacia la puerta
.A pesar de todo, Iris sigue cantando y acercándose a mí. Mi mano tiembla como si llevara en esa posición muchas horas seguidas. Al final dejo caer el cuchillo y me arrodillo en el suelo.
Un aluvión de imágenes inunda mi mente, aumentando la fatiga que me aflige en este momento.  Iris y yo, viviendo aventuras que no puedo ni imaginar, cientos de yo rodeándome, a mí blandiendo una espada como si lo hubiera estado haciendo durante toda mi vida, con Iris al lado (esta Iris) con sus fieles pistolas.
Por fin comprendo qué es lo raro que he visto en la otra Iris. Su frialdad, sus gestos forzados... todo cobra un nuevo sentido ante mis ojos.
Creo que me voy a desmayar de nuevo pero lucho contra la sensación y todo queda en un mareo.
Alzo la mirada y veo a Iris, arrodillada ante mí, escudriñándome el semblante. Le sonrío y ella hace lo propio en respuesta.
Nos levantamos a la vez y nos fundimos en un beso que nos hace olvidar la situación que estamos viviendo, hasta que nuestro moreno amigo dice, tras un leve carraspeo destinado a llamar nuestra atención:
-Todo esto está muy bien y es muy bonito, pero hay cosas más importantes que hacer -se da media vuelta y sube por las escaleras.
Yo recojo el cuchillo de Iris y se lo tiendo:
-Toma, es tuyo.
-Ya no, ahora es tuyo. Tómatelo como mi regalo de bienvenida... o más bien de regreso.
Nos cogemos de la mano y subimos en pos de nuestro moreno amigo.
Creo que le voy a tener que preguntar su nombre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario