lunes, 4 de marzo de 2013

Capítulo 18

Llevamos más de tres días sin dormir, pero aún así seguimos corriendo, llevando al límite a nuestros cuerpos y a nuestras mentes. Necesitamos descansar, pero no nos atrevemos. A pesar de todo, al final tenemos que parar, escondidos entre unos arbustos, controlando los sonidos. Decidimos, en susurros, dormir por turnos aunque esta vez no encendemos ninguna hoguera.
Con el sueño más o menos recuperado, continuamos viaje a la mañana siguiente extremando las precauciones para evitar que nos puedan seguir. A pesar de todo, la sensación de que nos observaban no nos abandonaba.
Seguimos durante horas por el bosque y a media tarde alcanzamos, al fin, la linde del bosque. Una gran explanada rodeaba el bosque hasta que llegaba a una enorme verja metálica. Allí el camino se cortaba y llegaba hasta una puerta.
Aprovechando las hierbas altas que llegaban hasta donde se encontraba la verja, nos arrastramos para tratar de saltarla. Cuando estamos a punto de comenzar a escalar, oigo un ligero zumbido que me alerta de que la valla está electrificada. Pego un tirón hacia atrás de Iris, que ya tenía un pie en el aire. Y caemos rodando por el suelo.
Hemos tenido suerte porque además ese es el instante en el que una furgoneta sale del bosque y se para ante la puerta metálica. Uno de los pasajeros se baja y aprieta un botón en un mando. Se deja se oír el zumbido. Iris y yo nos miramos mientras que la furgoneta traspasa la puerta, que se abre automáticamente, y frena al otro lado. Allí, el mismo pasajero de antes, vuelve a bajar y aprieta otra vez el mando. En ese momento vuelve a oírse el zumbido que indica que la electricidad de la valla está encendida.
Nos agazapamos entre la hierba y, allí escondidos, disertamos:
-Tenemos que salir de aquí lo antes posible. Yo creo que habría que arriesgarse a pasar en cuanto venga una de las furgonetas -afirma Iris.
-Pero no sabemos cuánto tiempo va a pasar hasta que venga una y además al escalar quedaríamos muy expuestos, eso sin contar con que no nos daría tiempo a pasar al otro lado en esos pocos segundos. Yo creo que deberíamos esperar porque con suerte apagarán la valla en algún momento -digo, haciendo gala de mi precaución.
-No sabemos seguro que eso vaya a pasar, además si nos diéramos prisa seguro que podríamos saltar la valla sin ningún problema.
Seguimos durante mucho rato hasta que la noche está bien entrada. Durante ese período ninguno de los dos está dispuesto a dar su brazo a torcer por lo que lo dejamos para el día siguiente.
Me toca hacer la primera guardia, así que me preparo para pasar unas cuantas horas en vela.
Cuando Iris ya hace rato que está dormida me levanto y deposito suavemente su cabeza, que estaba apoyada en mi regazo, sobre el duro suelo de tierra.
Por primera vez en muchos días, me pongo en pie completamente y comienzo a andar en círculos intentando despejar de mi mente las tensiones acumuladas.
En un momento dado, freno en seco ya que creo haber oído el sonido de una rama al partirse pero tras varios minutos inmóvil, sin escuchar más sonido que el de mi respiración, continuo con mi breve paseo a la luz de la luna.
Cuando estoy ya regresando al campamento, oigo, ahora sí, un crujido justo detrás de mí. Me doy la vuelta rápidamente aunque no lo suficiente como para esquivar la piedra que vuela hacia mi cabeza a gran velocidad y con una precisión envidiable.
A pesar de todo, consigo que no me dé de lleno en la frente, por lo que en vez de desmayarme tan solo me caigo al suelo.
Mientras trato de volver a enfocar la vista, que se me ha nublado a causa del golpe, oigo cómo los pasos de unas pesadas botas se aproximan corriendo hacia mí.
Mientras me levanto, doy un grito para alertar a Iris y salgo corriendo, tropezando con todos los obstáculos de mi camino, hacia donde yo creo que se encuentra el campamento. Aunque voy a toda la velocidad que puedo ya casi percibo la respiración de mi perseguidor en la nuca. Acelero y en menos de un segundo estoy en el campamento, abalanzándome sobre mis armas y con una sorprendida Iris observando con ojos asustados. En un segundo se ha hecho cargo de la situación y ya está con las pistolas en las manos, escudriñando con los ojos entrecerrados la tenue penumbra que nos rodea, alumbrada por el fulgor de la luna menguante.
Nos disponemos espalda contra espalda a la espera de un ataque que parece no llegar. Cuando por fin creemos que podemos bajar la guardia, un perro enorme como los que nos atacaron en la última pelea, salta hacia Iris pero ella lo abate de un certero tiro al entrecejo.
Hacia mí se dirige un guardia pero no vestido de la manera habitual. Parece que lleva un traje blindado y se ve que tiene muchas armas escondidas en él. Preveo que este enfrentamiento va a ser muy duro.
Él, se lanza hacia mí sin detenerse apenas. Iris está ocupada con otro de los gigantescos canes y yo me centro en la pelea que se me presenta.
De no sé dónde aparece en su mano una espada idéntica a la mía. Intercambiamos unos golpes, lo que me sirve para comprobar que aunque él tenga más fuerza, yo soy más rápido.
Le amago una finta hacia la derecha aunque al final salto con todas mis fuerzas y consigo llegar hasta sus hombros en un salto que me sorprende hasta a mí mismo. Una vez que me estabilizo, consigo soltar la espada y sacar los puñales, más cortos que los cuchillos, y se los clavo sistemáticamente en el cristal que le sirve de visera. Se derrumba desde sus dos metros de altura y se queda inmóvil en el suelo aunque aún se oye su rápida y entrecortada respiración. Iris ya se ha ocupado de todos los perros y una pila de cadáveres se amontona a sus pies.
Nos giramos hacia el hombre que nos ha atacado y le desprendemos el casco. Solo tiene heridas superficiales, pero debido a ellas, la sangre le ciega. Le quitamos el resto de la armadura y lo atamos.
En ningún momento opone resistencia pero aún así, apretamos bien los nudos. Ese es el momento que elige para hablar:
-¿Vais a matarme? -tiene una voz bastante grave, que transmite confianza.
-Aún no -dice Iris, con tono gélido. Ese aún no me ha gustado nada.
-Solo queremos que nos enseñes a usar la armadura -digo yo para desviar la conversación hacia un plan que se me ha ocurrido.
Al examinar mejor la armadura me he dado cuenta de que no es metálica y de que como había imaginado tenía, no solo armas, sino también herramientas.
-Está bien, pero con una condición. Quiero que me llevéis con vosotros.
-Ya veremos -responde Iris, adelantándose a mis palabras.
Sabiendo que no va a poder sacarnos nada más, nuestro prisionero comienza a enseñarnos los rudimentos de esa extraña armadura. Al parecer los controles estaban en la pantalla que yo he destrozado pero aún quedan los manuales y el control de voz.
Cuando ya he aprendido a controlarla, me la pongo y extraigo de mi antebrazo unas tijeras, del tamaño de las que se usan para podar, y empiezo a cortar trozos de la verja hasta que queda una puerta pequeña, apenas un hueco por el que arrastrarse. Me quito la armadura, que consigue pasar con unas pequeñas dificultades. Después pasan Iris y el prisionero, aún atado. Me quedo yo el último y escudriño, quizá por última vez, ese bosque en el que he vivido la mayor aventura de mi vida. Pero la aventura aún no ha acabado.
Y esa sensación se refuerza cuando pierdo el sentido después de un golpe en la sien. Aún puedo oír el grito de Iris y siento cómo me arrastran por el suelo.
Me sumo en la negrura y el olvido.

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